Vistas de página en total

viernes, 8 de mayo de 2020

RELATOS DE CERILLERA

Hace muchos años que no escribo en este blog. Es mi blog de la adolescencia y jamás he pensado en borrarlo. Es algo sentimental...
Aún así, aunque me veo a mi misma a través de lo aquí publicado... todo ha cambiado mucho.
Me he abierto un nuevo blog para poder seguir mi línea actual literaria.

Escribo este último post aquí, para poder enlazarme con esa niña de catorce años que empezó a escribir en internet como si fuese su diario.

Ahora puedes leerme en Relatos de cerillera. Dejo el link:

https://irenebadeval.wixsite.com/relatosdecerillera

domingo, 13 de abril de 2014

Nos enamoramos

No necesitamos a nadie. Sólo a nosotros mismos, y todo lo que hacemos, incluso enamorarnos, lo hacemos por nosotros mismos.
No nos enamoramos de las personas, sino de estar enamorados. Nos enamorados para encontrar algo por lo que luchar, algo por lo que levantarnos cada mañana, algo en lo que pensar, algo para poder sentir y sentirnos humanos.
Incluso cuando el amor nos juega una mala pasada, significa que necesitamos pasarla, para crecer, para cambiar, para entender que ni si quiera nosotros podemos controlar el mundo, nuestro mundo.
Nos enamoramos de querer y ser queridos. Nos enamoramos del sentido que le da el amor a nuestras vidas, las personas, son secundarias.
Nos enamoramos de los abrazos, de los olores, de las lenguas.
Nos enamoramos de las caricias, de las miradas.
Nos enamoramos del reflejo de lo que necesitamos.
Y en realidad, sólo nos enamoramos de lo que nos gusta, de lo que nos hace sentir en una nube, de nosotros. Nos enamoramos de nosotros mismos, y nos herimos.
Necesitamos amor, necesitamos momentos, necesitamos tiempo... y sólo tenemos gente.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Con tabaco en los tacones.

Apoyada en el marco de la ventana, donde tenía que ponerme de puntillas para poder sacar la cabeza y respirar el excitante aire frío, saqué un cigarrillo, un majestuoso delgado soldadito de muerte. Me costó sacar el mechero de la cajetilla, demasiado ancho para la misma, y en la penumbra de la noche, entre la lejana luz de las farolas a once pisos de altura, el mechero iluminaba al pálido compañero del insomnio.
Di una profunda calada, disfrutando de la soledad irrumpida por la luna, sin preocupación porque se descubriera mi lento y vicioso suicidio ahumado. Y allí, entre el humo, bajé la vista a la acera, sorprendiéndome de mi vista de lince que alcanzaba a ver los surcos de los baldosines.
Ni el humo consiguió alejarme de la realidad al oír las agudas risas que escapaban del prostíbulo de enfrente.

En aquella calle, debajo de las antiguas casas de típico barrio madrileño donde sólo viven ancianas con caniches, reinaba el mundo de la prostitución, extendido en uno…dos…cuatro…siete. Siete prostíbulos que aquella noche de martes ejercían su jornada con las luces de neón de sus puertas apagadas, pero la crueldad, el machismo y la explotación de jóvenes extranjeras encendidas. 

Aquellas risas eran llantos disfrazados de encajes etílicos que guardaban la vergüenza en forma de billetes. Y yo, fumando desde mi ventana envuelta en resignación e impotencia, sólo podía imaginar lo que ocurría tras aquellas puertas, sintiendo el dolor de todas las piernas abiertas a desdichados, cobardes y cerdos incoherentes.
Sabiendo que por la mañana tendría que pasar por esa, por mi calle. Mía… como es nuestro el sol o como es nuestro el aire. Tendría que dejar mis pasos en la amargura de la acera, andando sobre suelo mancillado por los que lo pisan ahora.

Miré la prendida punta del cigarrillo. Lo había dejado hacia abajo y el calor había consumido un largo tramo que me dolió no haber fumado. Sin perder la vista a la ceniza que dejé caer con un golpe seco de mis dedos, le di otra calada. La ceniza se disolvió antes de llegar al suelo. Ni siquiera ella quería morir en mi calle. Y es que esas mujeres de medias de rejilla y tacones de plástico, ya estaban muertas. Más muertas que la ceniza de un cigarro. 

Tras algunas caladas más dejé caer el filtro entre las yemas, yendo éste a parar encima del capó de un coche en el que apoyadas, fumaban cuatro de estas mujeres vendidas.

Ojalá mi calle estuviera a los pies las chicas de Sin City. Si Rosario Dawson en su magnífico papel de Gail tuviera en sus manos este barrio, yo no tendría que esconderme en la ventana para gozar de la compañía de mi fiel Marlboro.

¿Por qué fumo? Me pregunté mientras tentaba de nuevo con los dedos los ordenados cigarros pensando en besar a otro de nuevo. “Fumar mata” me recordó la cajetilla.¿Por qué fumo? Volví a preguntarme. Y sacando lentamente uno de ellos, disfrutando del roce que ejercía contra los demás, me di cuenta de que la única ventaja del fumador es que siempre tiene a alguien a quien coger de la mano cuando está solo. Y personificando al cigarrillo, el mejor amante de la soledad después de la locura, le hace el amor en cada calada, amor que se pierde en el humo, amor que se desvanece como debería hacerlo cualquier amor carnal. 

Y por ello, la acera de mi calle, entre prostíbulo y prostíbulo, estaba cada noche inundada de filtros sucios y aplastados. Lo único que las mujeres podían amar y olvidar, pisar sin ser pisadas, y hacer el amor con las piernas cerradas.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Entre las sábanas.

Sobre lunares, por tu piel,
acaricio constelaciones
y deseos.
Gusto a miel en lengua de hiel,
papilas se vuelven fogones
en un beso.

Mis dedos entre tu pelo
se pierden, como en el cielo
mueren las nubes.
Mis labios les tienen celos,
y levantan ese velo
que te cubre.

Yo liada entre tus brazos
y tú preso de mis piernas,
bajo el lino.
Hechos nudos, somos lazos
en dimensiones eternas,
hasta el sino.

Y los suspiros, al fin
se funden en nuestros cuerpos,
y el amor...
nos hace uno, así,
no podremos separarnos
sin dolor.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Fíjate en su mente, no en su cuerpo.

El ser humano es complicado; Tan complicado que ni él mismo comprende nada, ni quién es, ni dónde está, ni por qué.
Nos pasamos la vida convenciéndonos de cosas, nos convencemos a nosotros mismos de que necesitamos cierta casa, cierto amor o cierta ropa, para ser felices, para encontrar nuestro destino y para estar guapos, para parecerle guapos a la sociedad.

Y la verdad es que no nos damos cuenta de que no necesitamos convencernos de nada. En lo más hondo de nosotros, sólo nos necesitamos a nosotros mismos, pero es que ni nosotros mismos nos conocemos, y por eso jamás podremos enamorarnos de alguien tal y como es, sino de lo que el mundo actual ha creado de él. O al menos, en la mayoría de los casos.
Muchas veces me tumbo en la cama y pienso que me sobran unos kilos, o más bien que esos kilos se han equivocado de lugar de mi cuerpo y podrían subir un poquito.

La verdad es que si fuera más delgada o tuviera más tetas.. no sería yo. Y mientras nada perjudique a mi salud, no debería intentar cambiarlo. Todo lo que soy me hace ser.
No deberíamos enamorarnos de caras, de cuerpos, ni siquiera de ojos. Deberíamos enamorarnos de las mentes. La mente humana es la creación más alucinante que existe. Cómo algo puede contener su propio mundo. Nadie tomará las mismas decisiones o creerá lo mismo, y por eso, somos únicos.

Cuando veas a alguien por la calle no te fijes en su cuerpo o en sus ojos, fíjate en su manera de caminar y en su forma de mirar. Porque así es como debería ser el amor a primera vista.

lunes, 15 de julio de 2013

Todo va a ir bien

Durante toda nuestra vida sólo nos saben mentir, nuestros padres, profesores, amigos... nos mienten con 5 palabras, "todo va a ir bien". Estas palabras pocas veces se cumplen, ya que lo más probable es que muchas cosas nos vayan mal... pero lo importante no es que vayan bien, sino que podamos superarlas junto a alguien. Y ahora mismo hay alguien en el mundo que está dispuesto a estar a tu lado, a besarte, a aguantarte, a ayudarte y conseguirte hacer creer que esas 5 palabras son ciertas. Lo mejor que puedes hacer en la vida es hacer que esa persona también se las crea.

lunes, 27 de mayo de 2013

Conociendo a mi escalera.



Me siento, noto el frío del mármol subiendo por mi columna. Duro, mi culo se resiente. Me apoyo en la pared, también fria, congelada. La camiseta me llega a la altura del ombligo, la franja de mi espalda que coincide a la altura de los riñones se congela, por hacerle compañía a la pared.
Miro al techo.
Me tumbo, el suelo parece aún más duro. Apoyo la cabeza en el escalón y mi cuello se retuerce pidiéndome auxilio. Paso el brazo por debajo, así se está algo mejor.
No puedo dejar de moverme, por mucho que junte mis rodillas al pecho el suelo sigue estando duro y frío.

Me vuelvo a sentar, ahora mi espalda cruje. Supongo que es su manera de quejarse.
Se apaga la luz, se apaga si no le doy al botón de nuevo, y por muy incómoda que esté... el botón está demasiado lejos para lo cansada que estoy.
Se apaga la luz y lo único que se ve es la rendija del ascensor, estoy tan cansada que la veo borrosa, bailando en la oscuridad.

Me apoyo en una esquina, un hombro en cada pared, así al menos no me congelo los riñones.
Apoyo también la cabeza, miro hacia arriba, no se ve nada, parece que estoy soñando.
El cansancio y el frío del suelo han hecho que me cueste moverme, imagino que tuviera que estar así durante meses, años, como un preso. Qué duro, intentaré no matar a nadie, o al menos, intentaré que no me pillen. Este lugar me hace pensar demasiado. Por eso escribo esto, para distraerme, era esto o mantener conversaciones filosóficas con los escalones, y aunque el segundo parece majo, el primero me ha congelado la nuca hace un rato, y no quiero ni mirarle.

Otra luz se une a la oscuridad, la luz del ascensor, un triángulo que indica que hay un humano más en esta escalera, requiriendo del ascensor, qué suerte, ese humano podrá entrar en su casa.
Se apaga, el humano debe estar a punto de estar en su dulce hogar. En efectivo suena una puerta. Ya ha entrado. Ha sido escasa la compañía humana. Por la lejanía del ruido intuyo que venía de alguno de los primeros pisos. Estoy segura de que si pasara aquí mucho tiempo lograría distinguir el ruido de una puerta en cuestión del piso exacto del que proveniese. Sería algo realmente estupendo, aunque si supiera hacerlo ahora mismo... no podría presumir de ello ante nadie.

Vuelve a encenderse la luz del ascensor, otro humano.
El ascensor sube, hace ruido. Dos "Plop" por trayecto entre piso y piso. un "Plas" Por cada piso que deja atrás. Sube, no... no.... NO...¡NO! Se para en este piso. Tardo un segundo en coger mi riñonera y subir corriendo al piso de arriba, me pego a la pared. Como si temiera que me vieran. Suena la puerta, el humano entra en su casa. Aliviada bajo al descansillo de nuevo, y al sentarme vuelvo a notar el frío mármol.
Respiro, me doy cuenta de la vergüenza que hubiera pasado si hubiera tenido que contestar a la pregunta "¿Qué haces ahí?" Con un tímido "Se me han olvidado las llaves de casa".